La liberalización del mercado de la sal tras el final del Monopolio tuvieron como efecto inmediato una durísima competencia en los mercados, en la que tuvo un papel determinante los costes de producción y transporte.
Las salinas costeras y las minas de sal no tardaron en acaparar los mercados con la instalación de vías ferroviarias y sus bajos costes de producción. La reacción de los salineros de Añana fue intentar reducir costes, por lo que se introdujeron nuevos materiales, como el cemento, con los que se minimizaba el continuo proceso de mantenimiento que se había llevado a cabo tradicionalmente.
Se rompía así uno de los principios básicos del proceso: la utilización de materiales reutilizables, que había sido la base de la supervivencia del Valle Salado durante milenios. También se incrementó el número de eras donde se evaporaba la sal, ocupando una superficie total que rebasaba ampliamente el límite de sostenibilidad. Como era de esperar, al abandonar el saber hacer salinero y los quehaceres de mantenimiento la situación y el estado del valle fueron empeorando.
Pero el Valle Salado destaca por su resiliencia, su capacidad para absorber impactos negativos, realizar modificaciones, introducir innovaciones y recuperar su vida, apoyado siempre en el conocimiento, las tradiciones y el respeto ecológico.
Prueba de ello es que a finales del siglo XX se puso en marcha un complejo proyecto liderado por la Fundación Valle Salado de Añana , en el que se integró la Comunidad de Herederos de las salinas y las instituciones más importantes de la Comunidad Autónoma Vasca.
Esta institución sin ánimo de lucro es la encargada de recuperar y poner en valor el Valle Salado, volviendo la vista al pasado y recuperando por completo los principios básicos que han regido su historia a lo largo de milenios. Hoy en día todavía queda trabajo por hacer, pero el Valle Salado, de nuevo, puede mirar al futuro.